OpenAI

OpenAI vs RGPD: Robber barons reloaded

 

 

OpenAI, al presentar sus innovadores, brillantes (e ilegales) productos, está siguiendo el guión de una película que ya hemos visto, no una, sino unas cuantas veces.

La última versión se estrenó a mediados de los dos mil, entre los rescoldos humeantes de la burbuja punto como. Pero la versión canónica, la que sentó las bases de una forma muy particular de amasar fortunas, es bastante más antigua.

Si las autoridades de protección de datos (entre otras) se ven obligadas a pronunciarse sobre ChatGPT, parece imposible que no suspendan, prohíban o sancionen o todo a la vez.

La noticia sería que, esta vez, llegaran a tiempo.

 

Revolución industrial: the original robber barons

Durante la revolución industrial, América padeció la aparición de los “Robber barons”: unos cuantos magnates que se hicieron inmensamente ricos aprovechando la afortunada conjunción de (i) espacio conquistable, (ii) desregulación y (iii) falta de los escrúpulos más elementales.

Los más famosos fueron tres: Rockefeller (la Standard Oil ganó todo lo que había que ganar uniendo dos monopolios: el del petróleo y el del tendido ferroviario necesario para su distribución), Andrew Carnegie (el rey del acero, a base de la concentración de nuevo monopolística del sector, y la resolución a base de balazos de las huelgas de sus trabajadores), Cornelius “el Comodoro” Vanderbilt (monopolio de barcos de vapor que fue abandonando en favor de otros medios de transporte más modernos).

Roosevelt les puso proa y las leyes antimonopolio nacieron para que, ejem, nunca más un solo player pudiera acumular tanto poder en sus zarpas. Los tres barones acabaron blanqueando sus desmanes mediante millonarias donaciones filantrópicas en el segmento final de sus vidas.

 

Los dos miles

Mark Zuckerberg se pasó por el forro de sus pelirrojas pelotas el cumplimiento de cualquier norma de privacidad desde su primer invento: Facemash: La web escrapeaba las fotos de las estudiantes de una universidad y permitía puntuar su físico. La universidad la cerró por ¿lo adivinan? no contar con consentimiento alguno al efecto.

De nuevo, tras el hostión de las “.com” el (i) ciberespacio como res nullius, (ii) la falta de regulación de las novedosas actividades practicables en el mismo y (iii) la falta de escrúpulos, permitieron a un selecto grupo de ciber-robber barons (los Zuckerberg, Bezos, Page, Brin, Musk, Dorsey, Thiel, etc…) multiplicar la fortuna conseguida por sus antecesores, esta vez en solo veinte años.

Las “externalidades” o consecuencias negativas no buscadas de los negocios de la big tech están a la vista de todos, y exceden el alcance de este humilde post.

 

OpenIA

En la más reciente iteración, asistimos al surgimiento de (i) un nuevo territorio virgen: el de la inteligencia artificial, infinitas posibilidades para las que (ii) las normas vigentes aparentemente no sirven, y (iii) unos fundadores entre cuyos objetivos no se encuentra precisamente el de cumplirlas.

La historia rima: la nueva tecnología nace en muy pocas manos: la IA está concentrada en, básicamente, los últimos robber barons Microsoft, Google, Facebook, Amazon, que aún no han sido debidamente disciplinados por los desmanes que les llevaron a la hegemonía.

 

La prueba del cuatro

Centrándonos en la privacidad y sin entrar en tecnicismos, cualquier empresa que inicie un tratamiento de datos tiene que cumplir, conjunta y proactivamente, cuatro requisitos:

  • Cumplimiento de los principios generales (para empezar: licitud del tratamiento)
  • Utilizar alguna de las bases legales de legitimación.
  • Cumplir las obligaciones de un responsable de tratamiento
  • Garantizar a los interesados (a los titulares de los datos) el ejercicio de sus derechos.

 

Facebook a día de hoy, veinte años después, sigue sin cumplir estos requisitos.

“Abuso”, “chiste”, por no decir «prostitución» son conceptos que se quedan cortos para describir la interpretación que Facebook ha hecho este mes de abril del interés legítimo.

Todo el mundo mira con malos ojos a Facebook, pero nueve de cada diez dentistas encuestados se cambiarían hoy por Zuckerberg.

 

Una mera cuestión de incentivos

Así, no debe extrañar que OpenAI lanzara ChatGPT sin cumplir ni uno solo de los cuatro requisitos (véase el requerimiento del Garante).

No hay ningún incentivo para que lo haga.

OpenAI sabe que tiene más de un lustro por delante para corregir el rumbo antes de que le empiecen a pasar cosas realmente malas.

Por el camino habrá conseguido su ansiada posición de predominio y, quién sabe si devorado a algún competidor respondón.

El problema es que, en esta ocasión, las externalidades serán mucho más significativas y rápidas.

Que se me entienda bien: nadie está ni estuvo nunca en contra de trenes, acero, barcos, aviones, intenet, redes sociales y cualquier «pogreso» tecnológico. Es la parte del monopolio, del abuso y el desprecio por cualquier derecho preexistente lo que suscita rechazo, y reclama intervención.

Lo peor de todo es que la potencia de la nueva tecnología debiera permitir, no sólo su propio funcionamiento cumpliendo todas las garantías de privacidad, sino la regularización de otros focos perennes de incumplimiento en los últimos años. Pero los esfuerzos en ese sentido han brillado por su ausencia.

Como es viernes y por no terminar asín, les dejo el legendario final de uno de los stand-up shows del genial (pero cancelado) Louie CK: «Of course, of course, BUT MAYBE».

 

 

Ricky Gervais le propinó exactamente el mismo directo en la mandíbula a Tim Cook -a la cara y en directo- en una de sus míticas diatribas en los Globos de Oro.

Pasen ustedes un muy buen fin de semana.

 

Jorge García Herrero

Abogado y Delegado de Protección de Datos