vida o privacidad

¿Tenemos que elegir entre nuestra vida o nuestra privacidad? No tan rápido…

 

El coronavirus parece estar a punto de cambiar nuestra percepción de la privacidad para siempre.

 

En octubre media España se revolvía contra el Gobierno por comprar datos anonimizados a las teleoperadoras para estudiar los movimientos de los ciudadanos.

 

Desde hace una semana, como decía Andrés Montes, “partido nuevo”.

 

 

“No hay tiempo para mandangas, es cuestión de vida o muerte”

 

Se han alineado los astros y, de pronto, medio mundo ve como una buena idea –que diablos, ya estamos tardando en hacerlo: ¡mira los chinos! – el tratamiento masivo de datos especialmente sensibles de todos los ciudadanos. En concreto datos de salud y de localización.

 

Los expertos en privacidad nos hemos alineado, sustancialmente –y en un reduccionismo inaceptable, lo sé- en torno a dos posturas:

 

 

Pero hay buenas noticias: creo si la cuestión se plantea de la manera adecuada, todos estaremos de acuerdo.

 

En el juego tesis/antítesis entre las dos posturas, la síntesis sería el magistral artículo de Jose Luis Piñar de la semana pasada.

 

En él, Piñar señala otro momento de máxima visceralidad y urgencia inolvidables: los atentados del 11S, tras los cuales se reclamaba “poco menos que acabar con la protección de datos”.

Por supuesto, en aquel momento también había urgencia y motivos de sobra. Y ese es el problema: en casos de emergencia siempre los hay.

 

En realidad, una de las principales consecuencias del atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York fue la apuesta decidida por la colaboración de administración y sector privado en la construcción y expansión de un modelo de vigilancia sobre el ciudadano, que no ha hecho sino crecer al ritmo del avance tecnológico.

 

Visto en perspectiva, fue una gran victoria para los terroristas, si me lo permiten.

 

El miedo es irracional. Si a eso añadimos que muchas veces es difícil predecir, conocer con precisión las consecuencias de determinadas decisiones, podemos equivocarnos a lo grande y darnos cuenta demasiado tarde.

 

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Predictibilidad: “El día después”

 

Sólo los más viejos de lugar recordarán cómo fue una vulgar película para televisión de los ochenta -“El día después”- con sus impactantes imágenes lo que liquidó el apoyo popular del ciudadano medio estadounidense a la carrera armamentística nuclear.

Un vulgar telefilm pudo lo que no pudieron los sesudos informes y advertencias de expertos de medio mundo.

 

Que levante su mano enguantada el que no se quedó con los ojos como platos ante la idea del “contagio controlado” de Boris Johnson, que vino a plantear una política de “no hacer nada” hasta que un 70% de la sociedad británica se infectara y desarrollara espontáneamente la inmunización colectiva.

Por supuesto, sin reconocerlo explícitamente, Johnson estaba aceptando un coste en vidas humanas de hasta el 4% de los infectados.

Este planteamiento SÍ resultaba inaceptable para la mayoría, porque cualquiera podía anticipar y visualizar su coste.

Y ello explica la extraordinaria “marcha atrás” de Boris Johnson, uno de los políticos más testarudos del panorama político mundial.

 

Sin embargo, las consecuencias de la normalización del tratamiento masivo de datos de salud y localización en tiempo real no son tan evidentes.

 

Y por eso es fácil para cualquiera aceptar lo desconocido, si con eso se pueden salvar vidas.

 

 

Abogado del “Diablo”

 

A continuación, haré de abogado del diablo (siendo el diablo, ejem, todos nosotros, me temo) y enumeraré unos cuantos argumentos basados en hechos:

 

Ni siquiera está tan claro que la precisión de la localización vía gps, antenas de telefonía, bluetooth sea suficiente o adecuada para luchar eficazmente contra el coronavirus.

En este interesantísimo artículo se explica la evidente utilidad de los datos anónimos y agregados de movimientos ciudadanos que pueden suministrar las empresas de telecomunicaciones.

Sin embargo, asumido que el virus se contagia a distancias inferiores a «seis pies» o algo así como el «metro y medio» español, el mismo artículo pone de manifiesto que el tratamiento de los datos precisos de localización de ciudadanos infectados y sanos no es, ni mucho menos, la solución definitiva que se nos intenta vender:

  • El gps es suficientemente preciso, pero no funciona en el interior de los edificios.
  • La localización vía antenas de telefonía no es lo suficientemente precisa: indica que tomaste el mismo metro que un infectado, por ejemplo, pero no es capaz de deteminar que estuviste en el mismo vagón (o en el mismo supermercado) que el infectado.
  • El sensor de bluetooth sería otra vía interesante. Pero en este caso y en el del gps, todo el mundo debería llevar activado el sensor, algo poco probable por el incremento de consumo de batería que ambos traen consigo.

 

No sabemos lo suficiente sobre el funcionamiento de las famosas apps en los países que han gestionado tecnológicamente la pandemia con “éxito”.

 

Yuval Noah Harari nos recuerda que los países en los que han tenido tanto éxito esas aplicaciones que revelan a todos la ubicación de quienes están enfermos o incumplen la cuarentena se está haciendo una interpretación de la “colaboración” ciudadana y el contrato social que resultaría inaceptable en Europa.

 

El gobierno chino impuso el cierre total de Wuhan por la fuerza en circunstancias que apenas han transcendido. Hay que recordar que el mandarinato en China cuenta literalmente lo que le da la gana de lo que ocurre dentro de sus fronteras. De hecho acaba de expulsar del país a los periodistas de los tres principales medios de comunicación estadounidenses, en un evidente gesto hacia el resto de la prensa mundial.

 

Singapur es una dictadura sin sistema público de pensiones o de salud: un buen país para forrarse trabajando una temporada, pero en el que pocos occidentales se quedan a vivir.

#FunFact: casi todas las trabajadoras del hogar son filipinas: para evitar la naturalización singapureña de sus hijos, no se les permite tenerlos. Si una sirvienta se queda embarazada, la normativa adjudica a su “jefe” la decisión entre pagar un aborto o un viaje de repatriación. Ese es el nivel.

 

En Corea del Sur el tratamiento de datos de la famosa app que ha servido para domar el virus sólo ha sido posible tras dos reformas restrictivas de la normativa de protección de la privacidad, tras la anterior epidemia de la gripe aviar. Además, la app no funcionaría así de bien sin esos policías que aparecen para darte pal pelo físicamente si no haces lo que tienes que hacer.

Por ejemplo, si apagas el móvil.

 

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Siempre, siempre hay letra pequeña

 

La aplicación coreana no publica nombre y apellidos de las personas infectadas, pero el grado de detalle de lo compartido permite no sólo que se pueda identificar a los afectados, sino que la gente se entretenga en plan “Forocoches” identificando no sólo sujetos, sino otro tipo de elementos como adulterios, afición a las copas a deshora, cultos religiosos… de entre la información publicada.

 

El emputecimiento generalizado de la masa online es un problema tan endémico en Corea, como en España. En aquel país ya se dan casos de suicidio por la persecución online. Casos como el del suicidio de la trabajadora de Iveco no tardarían, creo, en abandonar el terreno del “sexting” para entrar de lleno en la lapidación digital de enfermos.

 

Una encuesta en Corea dio como resultado que los coreanos temían más las consecuencias reputacionales derivadas de las publicaciones automáticas perpetradas por la app, que a la propia infección por coronavirus.

 

Uno de los principales vectores de propagación de la enfermedad en Corea ha sido la religión de los “Shincheonji”. Como consecuencia, se está produciendo un escarnio masivo de la confesión y de sus seguidores.

Por comparar, una aplicación equivalente permitiría en España identificar y pondría en la picota a los asistentes al acto de Vox en Vistalegre o a los asistentes a las manifestaciones del 8M. Junto con el dato de sus domicilios.

 

 

El sacrificio de derechos fundamentales en situaciones de urgencia no suele dar los resultados deseados

 

El programa de vigilancia masiva de la NSA desvelado por Snowden que operaba mediante la escucha masiva de las llamadas telefónicas de los estadounidenses, sólo facilitó una investigación relevante en el período 2015-2019.  Y aunque no es lo más importante, costó más de 100 millones de dólares. Fuente: NewYorkTimes.

 

Pero siempre se quedan esclerotizados en el sistema.

 

No hace falta que les recordar todo lo que se perdió en la última crisis financiera. El grueso del coste fue asumido por las familias y pequeñas empresas. Y desde luego, el resultado no fue el regreso al punto de partida. Eso sí, los recortes llegaron para quedarse.

Lo que quiero decir es: en nombre de una urgencia extraordinaria, se asumieron recortes económicos y sociales (en este caso, no políticos) cuya restauración no está (ni estaba, antes de la pandemia) en ninguna agenda.

 

 

Siempre se pueden alcanzar los mismos objetivos sin menoscabo de derechos fundamentales

 

Es mucho más trabajoso y costoso, pero nadie dijo que sería fácil.

 

Los objetivos pretendidos pueden alcanzarse mediante una combinación de tecnologías que permitan comparar on the fly bases distribuidas de datos hasheados sin que los datos originales abandonen los dispositivos de sus titulares.

 

Pero eso hay que montarlo.

 

Herramientas no faltan: ahí está la fabulosa herramienta del MIT: el Private kit que permite el registro de datos de localización en tu dispositivo móvil y que sólo se comparte cuando y con quien el usuario decide, a través de un  código QR generado también en local.

 

 

 

Hasta ahora no estábamos tanto mejor que en el Mandarinato como creíamos. Pero vamos hacia el mismo punto.

Hasta hace dos días nos echábamos las manos a la cabeza con el sistema de crédito social chino, el sistema de vigilancia omnímodo del mandarinato y la inexistencia del concepto de privacidad en China.

Sin embargo, las capacidades de vigilancia de muchos gobiernos occidentales, de empresas conocidas (las bigtech de siempre) y otras mucho menos conocidas, son evidentes, aunque el grueso de la población occidental no comprenda bien su alcance.

Ni siquiera cuando una compañía privada lanza ClearView, una aplicación que ha escrapeado e identificado mediante tecnología avanzada de reconocimiento facial las fotografías de medio mundo.

 

Es decir, el capitalismo occidental no respetaba la privacidad de sus súbditos mucho más que el mandarinato comunista: únicamente mantenía las formas.

 

Las sonrojantes confesiones de tratamientos de datos que se están publicando en los últimos días hasta ahora se hacían bajo cuerda (aquí un mapeo de las temperaturas corporales de usuarios de la aplicación Kinsa, aquí Unacast, una compañía que revela los movimientos de los ciudadanos estadounidenses, simplemente poniendo en un mapa los datos que filtran los trackers espías presentes en las apps de sus móviles.

 

Es el momento para confesar pecados, porque la situación es exactamente la propicia para que empresas y gobiernos obtengan redención y olvido para lo que de todos modos ya estaban haciendo y, de paso, nos peguen otro buen mordisco a nuestra privacidad, exactamente en la lugar más sabroso: el mix de datos de salud y localización.

 

Pero paso palabra a la creadora del Privacy by Design, la Dra Ann Cavoukian:

 

vida o privacidad

 

Nos estamos jugando nuestros derechos a cara o cruz

 

Si asistimos impasibles y acríticamente (incluso reclamándolo, exigiéndolo) a la combinación en tiempo real de nuestros datos de localización y de salud, sin mínimas cautelas y garantías, ni los gobiernos ni las grandes compañías retrocederán cuando la urgencia se desvanezca.

 

Comprendo a quienes sintiendo la tragedia en primera persona y viendo todo lo que se avecina, acepten aquello contra lo que hace dos semanas hubieran luchado. Lo entiendo perfectamente.

 

Pero el dolor del que hablamos ahora, o el miedo del que hablábamos antes no son los mejores consejeros cuando se trata de tomar decisiones.

 

vida o privacidad

Por otro lado: no seamos tímidos, ¿por qué no hacer lo mismo con los medicamentos?

 

Algún otro estadista (erm, Trump) reclama la utilización en masa ¡ya! de medicamentos no homologados contra el coronavirus.

 

Este ejemplo me gusta más porque aquí hasta el cuñao más cuñao es consciente (aunque luego le dé igual) que esos procedimientos son largos y complejos por algo: se consigue información decisiva y se descartan riesgos (desconocimiento de la dosis en general o para pacientes con enfermedades previas, interacciones con otros medicamentos, posibilidad de efectos secundarios sobre pacientes que podrían perfectamente recuperarse sin medicamento alguno, etc…).

 

Me acuerdo del chiste del enfermo al que le ofrecen participar en un ensayo clínico y contesta: “De acuerdo, pero sólo si lo que me toca es el placebo”. 

 

 

Conclusión

 

La forma más sencilla de limitar nuestra libertad es hacernos creer que sólo había dos opciones.

 

En realidad, siempre se puede hacer bien, o al menos mejor. Sólo que cuesta.

 

 

Jorge García Herrero

 Abogado y Delegado de Protección de Datos