Góndomor o La Bestia Insaciable (basado en hechos reales)
“Góndomor”
No le veía la gracia.
Los jubilados lo hacen en los balnerios.
Los guiris lo hacen en los hoteles.
La Biblia lo dice. Lo ordena, practicamente.
¿Por qué no me dejan en paz cuando lo hago yo?
Nos fuimos a Estocolmo a celebrar mi nueva etapa profesional después de demasiados años en Garrigues.
Estocolmo es una ciudad carísima. Londres es barata comparada con Estocolmo. Y como suele pasar, Kiruna -más allá del Círculo Polar- hizo barata a Estocolmo.
En esta situación, entendí que ponerme morado en el desayuno buffet de nuestro caro hotel en la cara Estocolmo no era cutre ni aprovechado: era legítima defensa.
Tendríais que haberme visto. Estaríais orgullosos.
Dame arenques por la mañana y comeré como un gremlin después de media noche.
Probemos los tres tipos de muesli.
Mezclemos esas frutas deshidratadas.
Catemos las versiones “bio” de todo. Y después, las otras.
¿Crepes rellenas de beans con tomate? ¿Por qué no?
Pero todo tiene un precio.
Mastercard
Las guías lo advertían:
Hamburguesa, veinte euros; gazpacho, diez euros; un café seis euros y una cerveza, ocho.
Que los camareros te llamen “Góndomor” a cada paso, no tiene precio.
Qué demonios significaba eso, lo ignoraba. Hablo inglés ferpestamente. Chapurreo francés y alemán. Sueco no. Sueco nada.
Mortadelo
No sabía qué pensar del personal del hotel.
Educadísimos y atentísimos en apariencia, los muy cabrones me flagelaban todas y cada una de las veces que me homenajeaba la lorza.
Las miraditas oblicuas de la oronda camarera negra, ya el primer día, no apuntaban nada bueno. Siempre le pillaba mirándome de refilón cada vez que me servía mi enésima ración de frutitas del bosque sobre yogur orgánico.
“Góndomor”, me decía.
Sonriéndome, sí, pero me lo decía.
El larguirucho encargado del comedor, calvo, cachas y extrañamente grácil (le apodé Mortadelo en mi fuero interno) tornaba su permanente sonrisa en mueca irónica cada vez que me veía trinchar otro cacho del pastel de canela típico del país.
“Góndomor” -me soltaba por lo bajinis, con la sonrisita reglamentaria-.
La camarera oriental que reponía la sección cárnica abría los ojos por encima de sus posibilidades, mientras yo tripitía del glorioso fiambre de reno ahumado. Tan saladito.
“Otra vez Godzilla por aquí?” -debía pensar ella-.
Pero sólo musitaba -muy educadamente- “Góndomor”.
Consulté la palabreja en el móvil y Google imágenes me devolvió imágenes de monstruos mitológicos devorando todo lo que tenían a su alcance.
Leviatanes demoniacos.
Smaug de buen año.
La suegra de Rosales, boa-version.
Pensé que cuando saliera de allí, por primera vez, me iba a soltar la melena en Tripadvisor… Esto no va a ser una crítica, va a ser una enmienda a la totalidad.
Epílogo
Ya de vuelta a Madrid, en Arlanda, el aeropuerto de Estocolmo, la cuestión quedó aclarada.
Mi sobrenombre hotelero, mi epíteto desayunil, también.
Góndomor, tal y como yo lo entendía era, en realidad, “God morgon”…
… en castellano “Buenos días”
(fin)
Y buena semana.
Otros relatos y pasatiempos veraniegos por aquí, aquí y aquí.
Abogado y Delegado de Protección de Datos
Para consultas no relacionadas con el Sueco: