Cuento de Verano para un #Brexit
Cuento de Verano
Hace unos seis meses les castigué con un cuento de navidad protagonizado por Chesterton. Diciembre del 15, justo antes de las generales.
Sera buena o mala idea, pero voy a volver a hacerlo. Qué demonios, creo que lo voy a convertir en costumbre.
Gracias al gran Chestertonblog, pueden descargarse un cuento corto de Chesterton: “Los países de colores” en doble versión inglés-castellano.
O pueden leerlo a continuación.
El cuento nos enseña una gran lección: nada es en sí, bueno o malo y todo depende de que creas que es bueno o malo.
Entenderlo es aprender a ser feliz.
Y viene que ni pintado, creo, para momentos azarosos como hoy justo después del #Brexit justo antes del #26J.
Si leyeron el cuento de navidad, no se debe perder de vista que #Elperrosigueenelcharco.
Tiempo de lectura del cuento completo: ocho minutos.
Les dejo con él.
“(…) Una tarde de mucho calor, Tommy salió a sentarse en el prado frente a la
granja que su padre y su madre habían comprado en el campo. La granja tenía
una pared encalada y, en aquel momento, a Tommy le pareció excesivamente
desnuda.
El cielo de verano era de un azul vacuo, que en aquel momento le pareció
excesivamente vacuo. La amarilla y mortecina techumbre de paja le pareció
excesivamente mortecina y excelsamente polvorienta; y la hilera de macetas
con flores rojas que se extendía frente a él le pareció irritantemente recta, de
tal modo que le entraron ganas de derribar unas cuantas como si fueran bolos.
Incluso la hierba que le rodeaba le impelía únicamente a arrancarla a violentos
puñados; casi como si fuera lo suficientemente malévolo como para desear
que fuera el pelo de su hermana.
Sólo que él no tenía hermana; ni hermanos tampoco. Era hijo único y en
aquel preciso momento un hijo que se sentía solo, que no es exactamente lo
mismo.
Pues Tommy, en aquella tarde calurosa y vacía, era presa de ese estado de
ánimo en el que la gente adulta se recoge para escribir libros en los que
exponen su punto de vista del mundo, y relatos sobre la vida de casado, y
obras de teatro acerca de los grandes problemas de los tiempos modernos.
Tommy, como sólo tenía diez años, no era capaz de causar perjuicio a
tamaña y tan atractiva escala, de modo que continuó arrancando briznas de
hierba como si fueran los verdes pelos de una imaginaria e irritante hermana,
hasta que le sorprendió un movimiento y ruido de pasos a su espalda, a un
lado del jardín, lejos de la puerta de entrada.
Dirigiéndose hacia él, vio a un joven de apariencia bastante extraña que
llevaba puestas unas gafas azules. Vestía un traje de un gris tan claro que
casi parecía blanco bajo la enérgica luz del sol; y tenía el pelo largo y suelto,
de un rubio tan débil o sutil que prácticamente podría haber sido tan blanco
como su ropa. Llevaba un sombrero de paja grande y flexible para
protegerse del sol y, presumiblemente con el mismo propósito, hacía girar
con la mano izquierda una sombrilla japonesa de un verde tan brillante
como el de un pavo real.
Tommy no tenía ni idea de cómo había llegado a aquel lado del jardín pero
lo más probable le parecía que hubiera saltado por encima del seto.
Lo único que dijo el desconocido, en un tono completamente casual y
familiar, fue:
—¿Estás triste?
Tommy no respondió y quizá no le entendió; pero el extraño joven procedió
con gran compostura a quitarse sus gafas azules.
—Las gafas azules son un extraño remedio para la tristeza —dijo
alegremente—.
Pero de todos modos mira a través de ellas durante un minuto.
Tommy se sintió impelido por una ligera curiosidad y miró a través de las
gafas; ciertamente había algo raro y peculiar en la decoloración de todo
lo que le rodeaba: las rosas rojas negras y la pared blanca azul, y la
hierba de un verde azulado como las plumas de un pavo real.
—Parece un mundo nuevo, ¿verdad? —dijo el desconocido—. ¿No te
gustaría vagar por un mundo azul de vez en cuando?
—Sí —dijo Tommy, y se quitó las gafas con un aire tirando a
desconcertado. Luego su expresión cambió por una de sorpresa, pues el
extraordinario joven se había puesto otro par de gafas y esta vez eran
rojas.
—Pruébate éstas —dijo afable—. Éstas, supongo yo, son unas gafas
revolucionarias. Algunas personas llaman a esto mirar a través de unas
gafas con los cristales pintados de rosa. Otros lo llaman verlo todo rojo.
Tommy se probó las gafas y se vio sobrecogido por el efecto; parecía
como si todo el mundo estuviera en llamas. El cielo era de un morado
resplandeciente o más bien ardiente y las rosas más que rojas parecían
al rojo vivo. Se quitó las gafas casi alarmado, sólo para percatarse de
que el imperturbable rostro del joven estaba ahora adornado con unas
gafas amarillas. Para cuando éstas hubieron sido sustituidas por unas
gafas verdes, Tommy pensó que había estado contemplando cuatro
paisajes completamente distintos.
—Y así —dijo el joven— te gustaría viajar por un país de tu color favorito.
Yo mismo lo hice una vez.
Tommy le contemplaba con los ojos como platos.
—¿Quién eres? —preguntó de sopetón.
—No estoy seguro —respondió el otro—. Pero me da a mí que soy tu hermano
largo tiempo perdido.
—Pero yo no tengo ningún hermano —objetó Tommy.
—Eso sólo te demuestra el largo tiempo que llevo perdido —replicó su notable
familiar—. Pero te aseguro que antes de que consiguieran perderme, también yo
vivía en esta casa.
—¿Cuando eras pequeño como yo? —preguntó Tommy con reavivado interés.
—Sí —dijo el desconocido con seriedad—. Cuando era pequeño y muy como tú.
También yo solía sentarme sobre el césped a pensar qué hacer con mi cuerpo.
También yo acababa harto del muro blanco e inamovible. También yo acababa
harto incluso del hermoso cielo azul. También yo pensaba que la paja sólo era
paja y deseaba que las rosas no se alzaran en fila.
—Caramba, ¿y cómo sabes que así es como me siento yo? —preguntó el chiquillo,
bastante asustado.
—Caramba, pues porque también yo me siento así —replicó el otro con una
sonrisa.
Después, tras una pausa, prosiguió.
—Y también yo pensaba que todo podría parecer diferente si los colores fueran
distintos; si pudiera vagar sobre caminos azules entre campos azules y seguir
caminando hasta que todo fuera azul. Y un Mago que era amigo mío hizo realidad
mi deseo; y me encontré paseando por bosques de enormes flores azules como
espuelas de caballero y lupinos gigantescos, con sólo ocasionales destellos de un
cielo azul claro extendiéndose sobre un mar de azul oscuro. En los árboles
anidaban los arrendajos azules y martines pescadores de un azul brillante. Por
desgracia, también estaban habitados por babuinos azules.
—¿No había gente en ese país? —preguntó Tommy.
El viajero hizo una pausa para reflexionar durante un momento; a continuación
asintió y dijo:
—Sí. Pero, por supuesto, allá donde haya gente siempre hay problemas. Sería
demasiado pedir que todos los habitantes del País Azul se llevaran bien entre ellos.
Naturalmente, había un regimiento de asalto llamado los Azules Prusianos. Por
desgracia, también había una brigada seminaval muy enérgica llamada los
Ultramarinos Franceses. Puedes imaginar las consecuencias.
Hizo otra pausa y a continuación prosiguió:
—Conocí a una persona que me causó una honda impresión. Me topé con ella en
un espacio de grandes jardines en forma de luna creciente, y en el centro, sobre un
lindero de eucaliptos, se alzaba un enorme y reluciente domo azul, como la
Mezquita dé Omar. Y oí una voz atronadora y terrible que parecía zarandear los
árboles; y de entre ellos surgió un hombre tremendamente alto, con una corona
de enormes zafiros alrededor de su turbante; y su barba era bastante azul.
No hará falta aclarar que se trataba de Barbazul.
—Debiste pasar mucho miedo —dijo el chiquillo.
—Quizá al principio —respondió el desconocido—, pero llegué a la conclusión de
que Barbazul no es tan negro, o quizá tan azul, como lo pintan. Tuve una charla
confidencial con él y la verdad es que también hay que comprender su punto de
vista. Viviendo donde vivía, naturalmente tuvo que casarse con esposas que
eran medias-azules todas ellas.
—¿Qué son las medias-azules?
—Es natural que no lo sepas —replicó el otro—. Si lo hicieras, simpatizarías
más con Barbazul. Eran damas que se pasaban el día leyendo libros. A veces
incluso los leían en voz alta.
—¿Qué tipo de libros?
—Almanaques, por supuesto —respondió el viajante—. El único tipo de libro
que tienen permitido allí. Ése fue el motivo de que decidiera marcharme.
Con la ayuda de mi amigo el Mago obtuve un pasaporte para cruzar la
frontera, que era vaga y sombría, como el fino borde entre dos colores del arco
iris. Sentí que estaba cruzando sobre mares y prados con los colores de un
pavo real y que el mundo se iba volviendo verde y más verde hasta que supe
que estaba en el País Verde.
Podrías pensar que allí las cosas estarían más tranquilas, y así era, hasta
cierto punto. El punto llegó cuando conocí al celebrado Hombre Verde,
cuyo nombre ha sido adoptado por numerosas y excelentes tabernas.
Y luego también resulta que siempre hay ciertas limitaciones en los
trabajos y oficios de aquellos preciosos y armoniosos paisajes.
¿Alguna vez has vivido en un país en el que todos sus habitantes fueran
verduleros? No lo creo.
Después de todo, me pregunté, ¿por qué deberían ser verdes todos los
tenderos?
De repente me entraron las ganas de ver un tendero amarillo.
Vi alzarse frente a mí la imagen resplandeciente de un tendero rojo.
Fue más o menos entonces cuando entré flotando imperceptiblemente
en el País Amarillo; pero no me quedé mucho tiempo.
Al principio me pareció espléndido: una escena radiante de girasoles
y coronas de oro; pero pronto descubrí que estaba prácticamente
abarrotado de Fiebre Amarilla y de Prensa Amarilla obsesionada con
el Peligro Amarillo. De los tres, mis preferencias se decantaban por la
Fiebre Amarilla; pero ni siquiera de ella conseguí extraer paz o felicidad.
De modo que atravesé un resplandor anaranjado hasta llegar al País
Rojo, y allí fue donde descubrí la verdad del asunto.
—¿Qué fue lo que descubriste? —preguntó Tommy, escuchando con
mucha más atención.
—Quizá hayas oído —dijo el joven— una expresión muy vulgar acerca de
pintar la ciudad de rojo. Es más probable que hayas oído la misma idea
expresada de forma más refinada por parte de un poeta muy erudito
que escribió acerca de una ciudad roja como las rosas, mitad de antigua
que el tiempo . Bueno, ¿pues sabes? Es curioso, pero en una ciudad roja
como las rosas resulta prácticamente imposible ver las rosas.
Todo es demasiado rojo.
Tus ojos acaban cansándose hasta tal punto que bien podría ser todo
marrón. Tras haber paseado durante diez minutos sobre hierba roja
bajo un cielo escarlata y entre árboles escarlatas, grité en voz alta: “Oh,
qué gran error!” Y no pronto hube dicho esto, la visión roja se desvaneció
por completo; y me encontré de repente en un lugar completamente
distinto; y frente a mí estaba mi viejo amigo el Mago, cuyo rostro y
larga y enrollada barba eran de una especie de color incoloro, como el
mármol, pero cuyo ojos tenían un cegador brillo incoloro como el de los
diamantes.
“Bueno —dijo—, no pareces fácil de complacer. Si no eres capaz de
tolerar ninguno de estos países y ninguno de estos colores, más te valdrá
hacerte tu propio país”.
Entonces miré a mi alrededor para observar el lugar al que me había
llevado; y bien curioso que era. Hacia el horizonte se extendían varias
cordilleras montañosas, en capas de diferentes colores; se diría que las
nubes del atardecer se hubieran solidificado, como en un mapa geológico
gigantesco. Y las faldas de las colinas estaban atrincheradas y huecas
como grandes canteras; y creo que comprendí sin que nadie me lo dijera
que aquél era el lugar original del que provenían todos los colores, como
la caja de ceras de la creación. Pero lo más curioso de todo fue que justo
delante de mí había una enorme grieta entre las colinas que dejaba pasar
una luz del blanco más puro. Al menos en ocasiones pensé que era blanco
y en otras una especie de muro hecho de luz congelada o de aire, y en
otras una especie de tanque o torre de agua cristalina; en cualquier caso
lo curioso era que si echabas encima un puñado de tierra de color, se
quedaba allí donde lo hubieras lanzado, como un pájaro planeando en el
cielo. Y entonces el Mago me dijo, con cierta impaciencia, que me hiciera
un mundo acorde a mis gustos, pues ya estaba harto de oírme quejarme
por todo”.
“Así que me puse a trabajar con mucho cuidado; primero acumulando
gran cantidad de azul, porque pensé que haría destacar una especie de
cuadrado de blanco en el medio; y luego se me ocurrió que un reborde de
una especie de oro añejo quedaría bien encima del blanco; y desparramé
un poco de verde por la parte de abajo. En cuanto al rojo, ya había
descubierto su secreto. Si quieres aprovecharlo al máximo
has de utilizar muy poco. Así que sólo dispuse una hilera de pequeñas
manchas de rojo brillante encima del blanco y justo sobre el verde; y a
medida que iba trabajando los detalles, poco a poco me fui dando cuenta
de lo que estaba haciendo, que es algo que muy poca gente descubre
jamás en este mundo. Descubrí que había recreado, fragmento a
fragmento, precisamente el cuadro que tenemos aquí frente a nosotros.
Había hecho esa granja blanca con el techo de paja y el cielo veraniego
tras ella y ese césped verde por delante; y la hilera de flores rojas tal y
como la estás viendo ahora mismo. Y así es como acabaron ahí. Pensé
que podría interesarte saberlo”.
Habiendo dicho esto, se volvió con tanta celeridad que Tommy no tuvo
tiempo de volverse para verle saltar sobre el seto, pues se había quedado
mirando fijamente la granja con un brillo nuevo en la mirada.»
Buena semana.
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